miércoles, 16 de abril de 2008

LA OLA GIGANTESCA

Cuando uno mira a la Tierra desde el espacio exterior, se ve un planeta azul, pues está compuesto principalmente por agua. Los océanos no son sólo tierras fértiles que están allí para alimentar la vida, sino también —y esto es lo más importante— para la destrucción de la vida. Al haber adquirido movimiento la corteza terrestre, todo, incluidas las masas de tierra y los océanos, alcanzó cierta velocidad. Cuando la corteza terrestre se une otra vez y detiene su movimiento, evoca inmensos temblores. Puede compararse con un auto que choca contra un muro; cuanto más rápido marcha, mayor será el impacto. Cuando las placas tectónicas chocan entre sí, van acompañadas por titánicos movimientos sísmicos, erupciones volcánicas, etc. En determinados lugares las placas serán prensadas otra vez, unas contra otras, de tal manera que se formarán montañas con varios kilómetros de altura. En otras partes, las capas subyacentes se abrirán y tierras enteras desaparecerán en las profundidades. Los sucesos apocalípticos que se avecinan no tienen parangón, pues serán tan destructivos que resultan incom­prensibles.

Un choque de autos trae aparejados otros fenómenos. Por ejemplo, si uno no está atado de manera segura, puede llegar a ser despedido del vehículo; los que no usan el cinturón de seguridad suelen volar por el parabrisas cuando se produce un choque a alta velocidad, resultando de ello serias heridas o incluso la muerte. En el lenguaje científico, a esto se lo denomina la ley de inercia: todos los objetos que alcanzan cierta velocidad la mantienen; es una ley de la naturaleza que siempre ha existido y existirá eternamente y las víctimas de accidentes automovilísticos lo saben muy bien. Esta ley universal tam­bién se aplica para la Tierra misma. Al estudiar de cerca los desplazamientos polares anteriores en los escritos de la Atlántida, entonces, uno se entera de que esto sucedió en apenas algunas horas.

Científicamente, puede demostrarse que el deslizamiento de la corteza mide 29 grados, basándose en las rocas magnéticas endurecidas que siguen apuntando al polo original. Dicho deslizamiento está en correspondencia con el corrimiento de la corteza terrestre de 3.000 kilómetros. Imagine tener que viajar 3.000 kilómetros en su auto durante 15 horas; eso equivale a una velocidad de 200 kilómetros por hora. Desde el momento en que la Tierra empieza a moverse, uno soporta cierto nivel de velocidad, pero si esto pasara rápidamente, entonces, podríamos salir despedidos. Una vez que la Tierra alcanza una velocidad constante, ya no se nota. Ahora estoy llegando al punto crucial. El campo magnético de la Tierra se recupera y une las capas exteriores, otra vez. Este es el efecto más desastroso para todos los terrícolas y los animales. Es como si un muro inmenso apareciera de repente y hubiera que clavar los frenos de un auto de carrera. ¡Demasiado tarde! En un colosal impacto, uno choca contra el obstáculo y sale despedido del vehículo. Eso es lo que ocurre con los océanos en este punto del cataclismo; debido a la ley de inercia, ya no pueden detenerse y, según sea la dirección, los mares comienzan a elevarse sobre determinadas tierras costeras.

Pero la historia es más complicada, pues no sólo se produce un deslizamiento de la corteza sino también una reversión. Esto sucede cuando la Tierra empieza a girar en sentido contrario. Es un desastre inimaginable. Mire los números. Hay cerca de 24.000 millas alrededor de la Tierra en la línea del ecuador. Dado que la Tierra hace una rotación completa cada 24 horas, significa que viajamos 24.000 millas cada 24 horas. Divida 24 horas por 24.000 millas y obtendrá el asombroso resultado de que estamos girando alrededor del eje del globo a unas 1.000 millas por hora.

Si, durante el próximo cataclismo, EE.UU. es desplazado hacia el actual Polo Norte (futuro Polo Sur), sería como si el agua en el puerto de Nueva York de repente desapareciera y en Brasil aparecieran playas de kilómetros y kilómetros de largo, dado que el agua va a ser arrojada con toda violencia. En las masas de tierra opuestas sucederá lo contrario. A una asombrosa velocidad, las aguas se elevarán, alcanzando alturas catastróficas. Una ola gigante como nunca se ha visto antes, de cientos de metros de altura (incluso, más de un kilómetro), se aplastará sin piedad contra las regiones costeras y será imposible escapar de su violenta naturaleza. Olas gigantes más pequeñas, de unos diez metros de altura, son capaces de borrar todo lo que encuentran a su paso. Entonces, ¿qué hará este muro de agua? Literalmente, toda la vida perecerá con ella. Imagine que vive en una zona costera y ve venir hacia usted esta inconmensurable ola cientos de metros de altura; antes de poder reaccionar estará cubierto por miles de millones de litros de agua de mar. No lo olvide, esta ola gigantesca alcanzará una velocidad relativamente elevada, debido a la energía que ha creado. Esta energía del movimiento debe disiparse completamente antes de que los océanos recobren su calma. Esto significa una enorme destrucción de la vida animal y vegetal. Mientras la ola gigantesca se extiende sobre las tierras, más gente muere, como nunca antes había ocurrido, más incluso que en todas las guerras de la historia juntas. En su libro titulado Voyage dans l'Amérique méridionale [Viaje a la América meridional], Alcide d’Orbigny escribió:

Yo sostengo que los animales terrestres de América del Sur fueron aniquilados por la invasión del agua en el continente. ¿Cómo puede explicarse, de otra manera, esta completa destrucción y la homogeneidad de las pampas que contienen huesos? He hallado una prueba evidente de esto en la inmensa cantidad de huesos y animales enteros, cuyos números son mayores a las salidas de los valles, como el Sr. Darwin lo muestra. Él encontró la mayor cantidad de restos en Bahía Blanca, en Bajada y también en la costa, y en los afluentes del Río Negro; también a la salida del valle. Esto demuestra que los animales flotaron y, por lo tanto, fueron llevados principalmente hacia la costa. Esta hipótesis debe ser acompañada por la idea de que la tierra barrosa de las pampas fue depositada repentinamente, como resultado de las violentas inundaciones de agua, las que transportaron el suelo y otros sedimentos superficiales, mezclándolos entre sí.

Entonces, los americanos y canadienses no sólo van a tener temperaturas polares, sino que también una inundación desde las montañas aplastará todo. Los árboles serán arrancados como si no pesaran nada; animales y personas serán levantados y transporta­dos, igual que los autos, que serán trasladados a kilómetros de distancia. Nada, absoluta­mente nada escapará a esta violencia de la naturaleza. Incluso, numerosos animales marítimos perecerán, porque se los aplastará violentamente contra los restos de las casas y la tierra. Será una tumba gigante y masiva, una reunión de cientos de millones de personas con animales marítimos. Los cadáveres restantes se preservarán para las futuras generaciones, debido a su intenso frío glacial, como una advertencia por haber ignorado las fuerzas anunciadas de la naturaleza y para que este error no vuelva a cometerse. El geólogo J. Harlen Bretz escribe en The Channeled Scabland of the Columbio. Plateau [La acanalada tierra escarpada de la meseta de Columbia] Journal of Geology [Diario de Geología], noviembre de 1923):

La inundación llegó de manera catastrófica a finales de la última era glacial. Era un inmenso muro de agua, con su cresta avanzando e inundando todo. Con más de 1.300 pies de altura, se vertía por los extremos superiores de las lomadas gigantes, cual imponentes cataratas y cascadas de hasta nueve millas de ancho, y luego caía y rodaba en superficies de varias millas de diámetro.
Una inundación masiva cortó canales con cientos de pies de profundidad en la tierra basáltica de la meseta de Columbia. Haciendo saltar el valle del río Clark Fork de Montana occidental y abriéndose paso por el norte de Idaho a diez millas cúbicas por hora, el agua alcanzó profundidades de 800 pies, mientras caía sobre la falla de Wallula en la línea Oregon-Washington, y luego descendió por el Columbia, en irrefrenable turbulencia hacia el Pacífico.
Arrastrando consigo entre 100 y 200 pies de la capa superior del suelo en muchas localidades, la inundación desnudó completamente 2.000 millas cuadradas de la meseta de Columbia, de su cubierta de sedimentos y loes, dejando sólo valles de empinados muros, similares a fosos de hasta 400 pies de profundidad, como estériles recordatorios de su pavoroso poder.

La inundación terminó tan rápido como empezó, en cuestión de días. Dejó gigantescos listones en los ríos que ahora se erigían como elevaciones con canales medios de más de 100 pies de altura, y depositó un delta de grava de 200 metros cuadrados, en la conjunción de los valles de Willamette y el río Columbia. Portland, Oregon. Vancouver y Washington ahora están ubicados en una porción de ese delta.
Ya se habían producido miles de millones de muertes y aún no había terminado. Parecía que la ola gigantesca no iba a detenerse nunca, penetrando cada vez más tierra adentro. Sólo a 1.500 metros sobre el nivel del mar uno podía estar a salvo, siempre y cuando esos lugares no se hubieran derrumbado durante los deslizamientos de tierra. En ninguna parte uno estaba seguro de sobrevivir. En esta heroica batalla entre los poderes de la luz y la oscuridad, estos últimos venían ganando en fortaleza. La Tierra entera quedó atrapada en la confusión general. Aquí y allá, la gente desesperada trataba de escalar las montañas para estar a salvo de las aguas que subían, y sólo unos pocos lo lograban. Esta ola gigante de los mares era demasiado poderosa como para tratar de combatirla. Duras y despiadadas, las olas rodaban cada vez más. La ola gigante llegó hasta las pirámides, entonces las construcciones que alguna vez se erigieron poderosas no pudieron resistir el embate y quedaron enterradas bajo una enorme inundación. Con una atronadora violencia, el agua tomó velocidad por la entrada y los respiraderos hacia la habitación real. Hace algunos milenios, los rituales sagrados de resurrección se realizaban allí. En la actualidad, estas habitaciones formaban el centro de la destrucción de la Tierra, el fin de la era del quinto Sol, en un cataclismo como nunca antes se había presenciado. La civilización iba a regresar a la Edad de Piedra, si es que lograba sobrevi­vir.
Figura 43.
Y una gigantesca inundación destruirá nuestra civilización...

Relatar estos acontecimientos determinará el futuro comportamiento por miles de años. Todas las civilizaciones no vinculadas entre sí lo contarán y el relato pasará de padres a hijos, de madres a hijas, acompañado por cuentos inmortales de coraje y desesperación, como informes históricos de lo acontecido. Exactamente como lo que leemos ahora sobre lo que sucedió las veces anteriores. En Perú existe una historia sobre un indio que fue advertido por una llama, acerca de la inundación. Juntos huyeron a la montaña. El nivel del mar comenzó a subir y pronto cubrió las llanuras y montañas, con excepción de aquella a la cual habían escapado; cinco días después, el agua empezó a descender. Historias similares pueden hallarse en todo el mundo; la de Noé es la más conocida por todos. En la Mesopotamia existe la historia de Utnapijstim (Hancok, 1995): “Durante seis días y seis noches el viento sopló, torrentes, tormentas e inundaciones cubrieron el mundo. Cuando llegó el séptimo día, la tormenta proveniente del sur amainó, el mar se calmó y las inundaciones se detuvieron. Miré el mundo y lo que hallé fue silencio... Me senté y lloré... porque en todas direcciones lo que había era la vastedad del agua”.

En toda la historia del mundo se cuentan más de 500 testimonios de inundaciones prehistóricas masivas. Incluso en China se halló un antiguo trabajo que narraba lo siguiente (Berlitz, 1984): “Los planetas cambiaron su curso, el cielo se desplomó hacia el Norte, el Sol, la Luna y las estrellas modificaron su dirección, la Tierra se hizo pedazos y las aguas en su lecho se elevaron e inundaron la tierra con violencia”.

Estas historias sobre inundaciones apocalípticas no dejan duda, es decir, eso ya ha sucedido y con anterioridad debe haber ocurrido infinidad de veces; suceso recurrente, aniquilador y despiadado. La vida es tan sólo algo frágil que puede desaparecer de esa manera. Las mismas catástrofes deben ocurrir en innumerables planetas de otros soles; no puede ser diferente. No sorprende que no hayamos recibido signos de vida extrate­rrestre. Si todos los planetas sufren de esta destrucción masiva, es un milagro que quede vida después de eso, y por añadidura, vida inteligente. La reversión del magnetismo solar con sus desastrosas consecuencias para la vida inteligente, por lo tanto, debe ser considerada como un factor increíblemente restrictivo en las evidencias sobre la vida extraterrestre. La prueba de la caída y desaparición de la civilización de la Atlántida es demasiado grande para negarla. Tardó más de 11.000 años para alcanzar más o menos un nivel similar de civilización. Reflejado en la escala del universo, esto significa otra vez un golpe para la existencia de la vida extraterrestre. En mi libro A New Space-Time Dimensión [Una nueva dimensión entre el espacio y el tiempo], ya demostré que la vida extraterrestre sólo podría existir en las partes centrales del universo. Más lejos, los sistemas solares explotan, uno tras otro. Sus planetas son pulverizados hasta convertirse en un mar de plasma. Allí la vida extraterrestre es imposible porque los planetas son reducidos a un desarreglo atómico. Paralelamente, la posibilidad de la existencia de otras culturas muy evolucionadas es muy poco probable. Por cierto, eso no significa que seamos los únicos o que nuestra civilización sea una de las grandes excepciones del cosmos, pero sí significa que el espacio en el cual la vida es posible, mide sólo una milésima parte del volumen total del universo. Además de este atemorizante hecho están las implicancias de la reversión del magnetismo solar. Para mi asombro, debo llegar a la conclusión de que la vida, me refiero a las civilizaciones inteligentes como la nuestra, es mucho más esporádica de lo que solíamos postular.
Además del hecho de que las partes más grandes de las estrellas mueren durante las más violentas explosiones en el universo, los deslizamientos de la corteza de los planetas forman una importante barrera para el debate acerca de la vida extraterrestre. En las lejanas profundidades del universo, un mar de fuego barre completamente toda existencia, ya que todo se reduce a cenizas atómicas. Aquí en la Tierra, un mar de agua se lleva casi toda la vida, luego de lo cual sigue un oscuro período y surge un verdadero interrogante sobre si es posible alcanzar un mismo nivel de civilización otra vez, o no. Antes de que la Atlántida desa­pareciera bajo el hielo polar, los atlantes navegaban por los océanos. Poseían mapas y cartas tan perfectas que sólo pudimos decodificarlos en el siglo XX. El profesor Charles Hapgood escribe en Maps of the Ancient Sea Kings [Mapas de los antiguos reyes del mar]:

“Di vuelta la página y me quedé sentado, transfigurado. Mientras mis ojos se posaban en el hemisferio sur de un mapa mundial dibujado por Oronteus Finaeus en 1531, tuve la súbita convicción de que había encontrado aquí, un mapa realmente auténtico de la verdadera Antártida.
La forma general del continente era sorprendentemente igual al esbozo del continente en nuestros mapas modernos... La posición del Polo Sur, casi en el centro del continente, parecía estar correcta. Las cadenas montañosas habían sido descubiertas en la Antártida en años recientes. Era obvio también, que esta no era la disparatada creación de la imaginación de alguna persona. Las cadenas montañosas fueron individualizadas: algunas eran decididamente costeras, otras no. En la mayoría de ellas, se mostraban los ríos que corrían hacia el mar, siguiendo en cada caso, lo que parecían patrones de drenaje muy naturales y convincentes. Por cierto, esto sugería que las costas no tenían hielo cuando se dibujó el mapa original. Sin embargo, el profundo interior estaba completamente libre de ríos y montañas, lo que sugiere que es probable que el hielo haya estado presente allí”.

Además, recién ahora empezamos a develar sus conocimientos sobre la órbita de los planetas y las constelaciones de las estrellas. Eso muestra a las claras que un corrimiento polar y las inundaciones que lo acompañan, puede hacer desaparecer una civilización del globo de un plumazo. En la actualidad, nuestra civilización ha alcanzado su nivel porque un sumo sacerdote de la Atlántida había hallado una conexión entre el ciclo de las manchas solares y el campo magnético de la Tierra. También descubrió que cuando Venus y Orión están ubicados en posiciones de códigos específicos, se producirá el próximo desastre. Gracias a su previsión, grupos de atlantes pudieron escapar de la catástrofe. Sólo debido a este hecho, ahora el mundo está densamente poblado y ha alcanzado semejante grado de civilización. Pero no debemos olvidar que hace 200 años, decididamente no estábamos tan adelantados y había que descubrir aún gran cantidad de conocimientos. En ese período, la información que poseíamos era escasa. Si los atlantes no hubieran sido advertidos con anticipación de la llegada del cataclismo, entonces, todos sus conocimientos se hubieran perdido para siempre.

Me atrevo a decir que si ese hubiera sido el caso, ahora no estaríamos mucho más avanzados que en la Edad de Piedra. Si no empezamos pronto un trabajo de preparación de las arcas para la supervivencia, con los siguientes conocimientos a bordo, entonces, dudo mucho de que haya futuro para la humanidad. En los sucesos que están por venir, los conocimientos que ahora tenemos se destruirán casi por completo. Si no se toman medidas urgentes, las fuentes de conocimientos que permanezcan se perderán, una a una, en el caos después de la catástrofe. Y ese será el fin absoluto de nuestra civilización, lo cual no es del todo imposible. En las antiguas escrituras se encuentran datos de que ya existían en la Tierra, hace 200.000 años, civilizaciones tecnológicas sumamente adelan­tadas. Si eso es verdad, entonces me temo lo peor para nuestra civilización, porque los sumos sacerdotes han postulado que los poderes destructivos que asolarán la Tierra, ahora serán los más grandes en cientos de miles de años. La siguiente leyenda escandinava mucho dice al respecto (Hancock, 1955):

Las montañas colapsaron o se partieron en dos, de la cima a la base. Las estrellas desviaron su rumbo en el cielo y cayeron en el pozo de las profundidades. El gigante Surt incendió todo el mundo; este no era más que un inmenso horno. Todos los seres vivientes, personas, plantas, desaparecieron y sólo quedó la tierra yerma, pero al igual que el cielo, esta no era más que un conjunto de rajaduras y fisuras. Entonces, todos los ríos se elevaron, los mares desbordaron y la tierra se hundió bajo las aguas del océano.

Que esto sea una advertencia para aquellos que no creen. La catástrofe mundial descripta en el texto causó tal impresión, que esa gente quiso advertirnos de lo aconteci­do. Los atlantes sobrevivientes construyeron sus templos con datos astronómicos, en Egipto y México. De un modo asombrosamente preciso, muestran los códigos científicos que aparecen en los mitos. Cuando la ola gigantesca realice su poderoso trabajo destruc­tivo, miles de millones de personas recordarán esto, dolorosamente.

Los anales dicen lo siguiente: “Y en sólo un día y una noche, la isla Aha-Men-Pta se hundió bajo el mar...”
Esto sucedió hace casi 12.000 años y ahora va a ocurrir lo mismo. Los desenfrena­dos movimientos de la Tierra y una ola gigantesca pusieron fin a su civilización, formando terribles cicatrices en la superficie de la tierra y en el fondo de los océanos. La vida animal y humana de la Tierra prácticamente fue devastada. Fue una catástrofe de alcance mundial. Las aguas que subieron cambiaron el clima y la proporción tierra/agua, en enormes territorios del mundo. Cuando las aguas volvieron a descender, los esquele­tos de animales marinos pequeños y grandes, la fauna marina y los crustáceos y molus­cos quedaron allí donde habían sido arrojados. Actualmente, es posible hallarlos disemi­nados en cadenas montañosas como los Andes, las Rocallosas, los Himalayas (donde se encontraron huesos de ballenas), etc. Un manuscrito maya, el Popol Vuh (Berlitz, 1.984), dice lo siguiente sobre la catástrofe anterior:

Entonces, el deseo de Hoerakan puso las aguas en movimiento y una enorme inundación tapó las cabezas de estos seres. ...quedaron bajo las aguas y del cielo descendió un fluido resinoso... La faz de la Tierra se oscureció y se inició una densa lluvia ennegrecida, de día y de noche... Sobre sus cabezas, podía oírse un gran ruido que sonaba como si se hubiera originado del fuego. Entonces, pudo verse a los hombres correr, empujándose entre sí llenos de desesperación; querían trepar a los árboles y estos se sacudían derribándolos; querían resguardarse en las cuevas, pero estas se cerraban para ellos... Y las aguas seguían subiendo cada vez más.

Otra crónica de la América precolombina (Berlitz, 1984) es igualmente notable: “El rostro del cielo fue arrojado de un lado al otro y se dio vuelta... En una enorme y fuerte inundación repentina, la Gran Serpiente fue secuestrada de los cielos. El aire calló y la Tierra se hundió...”
Es probable que el recuerdo de un mundo anterior pueda llegar a ser un apoyo para la conservación del presente, pero yo tengo grandes dudas al respecto. La magnitud de la catástrofe será tal, que no es mucho lo que quedará en pie. Sólo la transmisión de los conocimientos es lo esencial; el resto es secundario.

Mientras escribo estas palabras, me pregunto si hay muchas personas que quieran seguir vivas en este mundo destruido. Cuanto más cuento mi historia a la gente, más son los que no quieren sobrevivir; ellos dicen que no sólo van a extrañar a sus seres queridos sino que van a carecer de todas las comodidades creadas para el hombre. Nada quedará, ni alimentos, ni electricidad, ni vestimenta, etc. ¿Por qué querrían seguir vivos? De hecho, esa es una pregunta que uno debe decidir por sí mismo. Si usted decide luchar por su vida, entonces yo soy su hombre. Los atlantes demostraron poseer gran previsión. Nosotros podemos repetir este tour de force, y la humanidad nos dará las gracias por la iniciativa tomada. Luche y sea emprendedor, es eso lo que se necesita para sobrevivir a la inundación venidera. Es el mayor desafío que la humanidad haya enfrentado jamás y si fallamos, todo lo que hemos logrado hasta ahora se ve amenazado con perderse para siempre.

EPÍLOGO

Un año después de la completa aniquilación de la población del mundo, los sobrevivientes del desastre murieron. Los restos radiactivos de las plantas nucleares fundidas, los derrames de petróleo en todo el mundo y los gases venenosos que expulsaba la industria de armas químicas, demostraron ser letales. Aquí, un especial experimento planetario llegó a su fin definitivamente.
La nueva era nunca iba a empezar.







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